11. La gracia de la transformación

P. Rafael Fernández

La gracia de la transformación

Tal como para nuestro segundo patrono, san Luis Gonzaga, una capilla de la Santísima Virgen en Florencia fue el origen de su santidad, así también esta capilla de nuestra Congregación será para nosotros cuna de santidad. Y esta santidad hará suave violencia a nuestra Madre Celestial y la hará descender hasta nosotros (Primera Acta de Fundación, Doc. de Schoenstatt, n. 8)

 

El santuario quiere ser para nosotros "cuna de santidad". María no sólo nos cobija, sino que también nos llena de su espíritu, que es el Espíritu de Cristo, transformándonos en hombres nuevos y en una nueva comunidad. Lo hace en vista de la urgente necesidad de que surjan hombres y mujeres verdaderamente nuevos capaces de gestar una nueva sociedad que lleve el sello de Cristo. Sin la transformación personal, nuestra lucha por una nueva cultura marcada con el sello de Cristo, se verá frustrada. Por eso, ella, que quiere hacer nacer a Cristo en nuestro tiempo, anhela transformarnos por la fuerza de su amor.

 

El Santuario de Schoenstatt es así un verdadero “taller” de María, donde ella se muestra como la gran educadora y se manifiesta en su capacidad de cambiar el corazón y la vida de quienes se entregan a ella y están dispuestos a dejarse forjar en su fragua.

 

Encontrarnos con ella significa para nosotros ponernos en contacto vital con la "plena de gracias", la mujer "vestida de sol", la encarnación perfecta del hombre plenamente redimido en Cristo Jesús, que nos baña de su luz, nos eleva y nos ennoblece. Ponernos en contacto con la Llena de Gracias, nos mueve también a luchar por encarnar ese ideal y a despojarnos del hombre viejo que arrastramos con nosotros con todas sus miserias y pecados. El amor a María posee una poderosa fuerza transformadora. Es un amor que nos asemeja a ella y que nos mueve a que cooperemos con la gracia que recibimos, autoformándonos. La fuerza transformadora del amor de María quiere hacer de nosotros, hombres libres, hombres capaces de amar y hombres constructores de historia; nos anima a que tendamos hacia las estrellas y no desfallezcamos en nuestra lucha.

 

Es un amor que nos hace libres, con la libertad de los hijos de Dios, que vencen las esclavitudes a las cuales nos somete el pecado y las cadenas de nuestra civilización.

 

Ella hace milagros, suscita transformaciones que no se explican ni son fruto del mero esfuerzo humano. Esa es la experiencia de quienes acuden a su Santuario de Schoenstatt.